Una perfecta combinación de noir y sátira
RHETT MURDOCK, UN DETECTIVE PRIVADO... DIFERENTE
Lee un desternillante fragmento
Rhett
Murdock. Detective privado
Una novela de
D. D. Puche
Me dirigí tranquilamente, mientras la suave brisa de la noche refrescaba
mis ideas, al parque donde había estado un par de días atrás. Estuve un
buen rato paseándome por allí, mientras la gente que aún quedaba lo iba
abandonando poco a poco, según avanzaba la noche. Al final me detuve
junto a una farola y encendí un cigarrillo. Poco después, un perro de
esos con una mancha marrón en el ojo, sin collar, se me acercó y me
olisqueó. Luego se sentó, amistoso, a mi lado. Yo le acaricié la cabeza,
entre las orejas, y el perro pareció quedarse tranquilo.
−Buen perro.
Bostezó, se rascó con la pata trasera, se levantó, me miró a los ojos como si intentara comunicarse conmigo, y se fue.
Estuve unos instantes observando la mortecina luz que me rodeaba, una pequeña burbuja en mitad de la oscuridad. Ya era noche cerrada. De pronto se me ocurrió caminar por donde se había marchado el perro. No sé si fue mi intuición detectivesca, o que ese maldito perro me comunicó algo mentalmente (espero que fuera lo primero), pero no tardé mucho en encontrarlo, mirando como una estatua lo que tenía delante, con la cola estirada y una pata delantera elevada; como si estuviera al acecho de algo.
Efectivamente, escudriñé en las tinieblas, y pude oír unas voces delante de mí. Me acerqué al perro, que no se movió, y me adelanté a él. Se quedó quieto tras de mí. Cuando pude oír mejor, lo que escuché fueron las quejas de una voz femenina, juvenil, diciéndole a alguien que parara, y él contestando que no. La voz de ella se iba intensificando, y poco más adelante pude observar el forcejeo. El perro ladró a mi espalda, y el tipo se giró. No sé por qué me sorprendió, pero era el mismo joven de la otra noche, esta vez con otra chica. Pude ver que lo que fuera que hubieran comenzado no había acabado como ella quería, porque él intentaba quitarle la ropa y ella se resistía. Cuando notaron mi presencia ya era tarde para él, pues tumbados como estaban en el suelo no pudo huir.
Le di un puñetazo en la cara, que rebotó contra la hierba. Luego ayudé a la chica a levantarse. No tendría ni dieciséis años.
−Ve a casa con tus padres. Yo me ocupo.
La chica se ajustó la ropa, recogió su bolso y salió corriendo. Al momento, el chico recuperaba la consciencia para ver que su pesadilla acababa de comenzar.
−Pero qué coño… −murmuró. Yo le levanté en volandas.
−Veo que no pierdes el tiempo, pervertido.
−Váyase a tomar por culo…
−Me gusta que la juventud no pierda los buenos modales y siga hablando de usted a sus mayores.
−Que le jodan, viejo…
Un árbol cercano recibió el impacto del cuerpo del joven cuan largo era. Unas cuantas hojas cayeron junto al cuerpo sin sentido del chico. Pero no podía dejarlo así, de modo que lo acerqué a una fuente cercana, y le metí la cabeza bajo el agua. No sé por qué, ese perro se acercó a husmear de nuevo en mis asuntos y se nos quedó mirando. Cuando el pervertido despertó, le hablé intentando permanecer sereno.
−Debí darme cuenta la otra noche.
−¿De qué, cabrón, de qué?
−No me obligues a romperte todos los dientes. Los necesitarás para comer, en el talego.
Me escupió a la cara. Le hice tragarse varios dientes. Su cabeza quedó colgando como la de un muñeco de trapo, pero al momento volvió en sí.
−De que estabas compinchado con el voyeur de la cámara… No sé cómo no se me ocurrió. Debo de estar haciéndome viejo…
−No sé qué dice…
−Yo creo que sí. Eres un chico bastante guapo, ¿sabes? Creo que se te da bastante bien ligarte a adolescentes y traértelas aquí para liarte con ellas…
−Váyase a la mierda…
−Eres tú el que se va a ir a la mierda, porque después de hoy, ya no serás guapo nunca más.
Me soltó un escupitajo sangriento. Me limpié con mi pañuelo, y le partí el pómulo. Su cara empezaba a sangrar copiosamente.
−Después, cuando las traes aquí, ese cerdo les hace fotos, y ya las tenéis en el bolsillo. Fotos que luego vendéis a otros pervertidos que os dan un buen dinero por ellas.
−No sé de qué me habla, hijoputa…
−¿A cuántas chantajeáis después de eso? ¿A cuántas les has enseñado después unas fotos suyas para obligarlas a posar desnudas en un estudio?
−Yo no hago eso…
−No me gusta que me mientan a la cara.
Le rompí dos dedos. Chilló agudamente. El perro ladró.
−Deja que te diga algo. No voy a llevarte a la poli. No me interesa que te metan un par de días en una celda y luego te liberen. No es mi estilo. Lo que voy a hacer es romperte los huesos uno a uno hasta que hables.
−Muérete, hijo de puta. No te voy a decir nada… −dijo, sonriendo con la boca llena de sangre.
−Está bien, tú lo has querido.
Esta vez no fueron las muelas, esta vez le salté varios dientes. No, ya no le funcionaría más su estrategia.
−Vamos, vamos… no te duermas. Primero debes hablar −dije, metiéndole unos segundos la cabeza en el agua−. Dime dónde encontrar a tu contacto.
−Hijo de puta, mátame, o te…
−Esto me va a doler más a mí que a ti. No, es mentira: sólo te va doler a ti.
Le doblé el brazo hasta que el codo crujió. Hasta el perro se asustó y dio un salto hacia atrás. Los gritos debían de haberse oído a distancia, así que ya no podía tardar mucho.
−Dime, cómo se llama.
−¡Eugene! ¡Se llama Eugene!
−Eugene, ¿eh? Es un nombre que le pega. Dónde está.
−Tiene una tienda de fotografía a unas calles de aquí, en Norton con Gardner. ¡Ya se lo he dicho todo, así que déjeme en paz, cabronazo!
−Lo has hecho muy bien, y te estoy muy agradecido. Pero antes de irme voy a hacerte un regalito.
−Buen perro.
Bostezó, se rascó con la pata trasera, se levantó, me miró a los ojos como si intentara comunicarse conmigo, y se fue.
Estuve unos instantes observando la mortecina luz que me rodeaba, una pequeña burbuja en mitad de la oscuridad. Ya era noche cerrada. De pronto se me ocurrió caminar por donde se había marchado el perro. No sé si fue mi intuición detectivesca, o que ese maldito perro me comunicó algo mentalmente (espero que fuera lo primero), pero no tardé mucho en encontrarlo, mirando como una estatua lo que tenía delante, con la cola estirada y una pata delantera elevada; como si estuviera al acecho de algo.
Efectivamente, escudriñé en las tinieblas, y pude oír unas voces delante de mí. Me acerqué al perro, que no se movió, y me adelanté a él. Se quedó quieto tras de mí. Cuando pude oír mejor, lo que escuché fueron las quejas de una voz femenina, juvenil, diciéndole a alguien que parara, y él contestando que no. La voz de ella se iba intensificando, y poco más adelante pude observar el forcejeo. El perro ladró a mi espalda, y el tipo se giró. No sé por qué me sorprendió, pero era el mismo joven de la otra noche, esta vez con otra chica. Pude ver que lo que fuera que hubieran comenzado no había acabado como ella quería, porque él intentaba quitarle la ropa y ella se resistía. Cuando notaron mi presencia ya era tarde para él, pues tumbados como estaban en el suelo no pudo huir.
Le di un puñetazo en la cara, que rebotó contra la hierba. Luego ayudé a la chica a levantarse. No tendría ni dieciséis años.
−Ve a casa con tus padres. Yo me ocupo.
La chica se ajustó la ropa, recogió su bolso y salió corriendo. Al momento, el chico recuperaba la consciencia para ver que su pesadilla acababa de comenzar.
−Pero qué coño… −murmuró. Yo le levanté en volandas.
−Veo que no pierdes el tiempo, pervertido.
−Váyase a tomar por culo…
−Me gusta que la juventud no pierda los buenos modales y siga hablando de usted a sus mayores.
−Que le jodan, viejo…
Un árbol cercano recibió el impacto del cuerpo del joven cuan largo era. Unas cuantas hojas cayeron junto al cuerpo sin sentido del chico. Pero no podía dejarlo así, de modo que lo acerqué a una fuente cercana, y le metí la cabeza bajo el agua. No sé por qué, ese perro se acercó a husmear de nuevo en mis asuntos y se nos quedó mirando. Cuando el pervertido despertó, le hablé intentando permanecer sereno.
−Debí darme cuenta la otra noche.
−¿De qué, cabrón, de qué?
−No me obligues a romperte todos los dientes. Los necesitarás para comer, en el talego.
Me escupió a la cara. Le hice tragarse varios dientes. Su cabeza quedó colgando como la de un muñeco de trapo, pero al momento volvió en sí.
−De que estabas compinchado con el voyeur de la cámara… No sé cómo no se me ocurrió. Debo de estar haciéndome viejo…
−No sé qué dice…
−Yo creo que sí. Eres un chico bastante guapo, ¿sabes? Creo que se te da bastante bien ligarte a adolescentes y traértelas aquí para liarte con ellas…
−Váyase a la mierda…
−Eres tú el que se va a ir a la mierda, porque después de hoy, ya no serás guapo nunca más.
Me soltó un escupitajo sangriento. Me limpié con mi pañuelo, y le partí el pómulo. Su cara empezaba a sangrar copiosamente.
−Después, cuando las traes aquí, ese cerdo les hace fotos, y ya las tenéis en el bolsillo. Fotos que luego vendéis a otros pervertidos que os dan un buen dinero por ellas.
−No sé de qué me habla, hijoputa…
−¿A cuántas chantajeáis después de eso? ¿A cuántas les has enseñado después unas fotos suyas para obligarlas a posar desnudas en un estudio?
−Yo no hago eso…
−No me gusta que me mientan a la cara.
Le rompí dos dedos. Chilló agudamente. El perro ladró.
−Deja que te diga algo. No voy a llevarte a la poli. No me interesa que te metan un par de días en una celda y luego te liberen. No es mi estilo. Lo que voy a hacer es romperte los huesos uno a uno hasta que hables.
−Muérete, hijo de puta. No te voy a decir nada… −dijo, sonriendo con la boca llena de sangre.
−Está bien, tú lo has querido.
Esta vez no fueron las muelas, esta vez le salté varios dientes. No, ya no le funcionaría más su estrategia.
−Vamos, vamos… no te duermas. Primero debes hablar −dije, metiéndole unos segundos la cabeza en el agua−. Dime dónde encontrar a tu contacto.
−Hijo de puta, mátame, o te…
−Esto me va a doler más a mí que a ti. No, es mentira: sólo te va doler a ti.
Le doblé el brazo hasta que el codo crujió. Hasta el perro se asustó y dio un salto hacia atrás. Los gritos debían de haberse oído a distancia, así que ya no podía tardar mucho.
−Dime, cómo se llama.
−¡Eugene! ¡Se llama Eugene!
−Eugene, ¿eh? Es un nombre que le pega. Dónde está.
−Tiene una tienda de fotografía a unas calles de aquí, en Norton con Gardner. ¡Ya se lo he dicho todo, así que déjeme en paz, cabronazo!
−Lo has hecho muy bien, y te estoy muy agradecido. Pero antes de irme voy a hacerte un regalito.
Le
rompí varios dedos de la otra mano, y me marché. Ya se arrastraría
hasta el sucio agujero del que hubiera salido, o le encontrarían
inconsciente por ahí. Yo ya había terminado mi relación con él.
Era tarde para que ninguna tienda estuviera abierta ya. Pero este tipo de gentuza suele trabajar durante el día de forma normal, para dedicarse a sus sucios negocios en la oscuridad protectora de la noche. Lo que no había pensado bien ese mierda es que de noche también salen a cazar justicieros como yo. Y estaba de muy mala hostia.
Llegué andando a la dirección que me había dado el cretino seductor de niñas en el parque. Estaba a unos veinte minutos. Ni siquiera se alejaban de su barrio para cometer sus tropelías, su zona de confort. En efecto, era una tienda de fotografía. Le eché un vistazo al local, antes de acercarme más. Hacía esquina y tenía una puerta trasera que daba a un callejón. Observé que en la parte de atrás había algo de luz. Quien fuera, estaba dentro. Esperaba que fuera Eugene.
Me acerqué a la puerta. Tenía el cartel de cerrado y la verja echada. Pero sólo estaba bajada, no cerrada del todo; el tío estaba aún dentro. Era mi oportunidad. Esperé a que no pasara nadie por la calle para subir la verja hasta arriba. La puerta sí tenía echado el cerrojo, así que de un puñetazo hice un agujero en el cristal procurando que no sonara mucho, y abrí el pestillo. Pasé. Estaba oscuro, pero tras los mostradores pude ver una cortina que separaba la tienda del estudio. La crucé y me encontré en una habitación con focos, un biombo, una pantalla y un trípode. Sin duda, era el estudio donde solía hacer sus fotos cotidianas a los clientes. Obviamente no sería el sitio donde traían a las chicas. Al fondo había una puerta, cerrada. Por la ranura de debajo podía verse una luz rojiza.
Se oía música dentro, quizá la radio. Llamé. Se oyó ruido de trastos en el interior; seguramente había sobresaltado al pobre Eugene. Abrí la puerta.
Allí, de pie, estaba mi viejo amigo Eugene, mirándome aterrado. Algo, seguramente reconocer mi cara, debió de dejarlo desarmado, porque una taza con café que tenía en la mano se le cayó al suelo, mientras él se quedaba espantado y tieso como una estatua.
−Hola, Eugene. Tu amigo del parque me ha recomendado este estudio.
−¿To… Tom? Digo… ¿qué amigo del parque?
−Así que se llama Tom. Se me olvidó preguntarle. Tranquilo, siéntate, no quiero que te desmayes.
−Yo… no sé qué…
−Déjame ver qué tienes por aquí…
−No… no toque eso.
Tenía unos recipientes con líquidos para revelar las fotos. También había cuerdas de tender donde se secaban unas cuantas. Se veía claramente que eran fotos de chicas, semidesnudas, o desnudas del todo. Tomé una.
−Así que esto es lo que te dedicas a hacer, Eugene…
−Yo, no sé… son para un amigo.
−Eugene, ya nos conocemos. ¿Qué te dije acerca de no mentirme?
−Lo siento, señor.
−Está bien, está bien… Oye, está muy oscuro.
−¡No, no haga eso!
Encendí la luz.
−Ha arruinado las fotos…
−Vaya, lo siento. ¿Pero sabes qué? Lo he hecho para protegerte, Eugene, porque si no, la policía podría pensar que esto es tuyo. Y tú no quieres que piensen eso, ¿no?
−No… no.
−Comenzamos a entendernos. Verás, Eugene: tu amigo Tom te ha delatado. Probablemente ahora mismo esté en comisaria, haciendo un trato para echarte la culpa de todo.
−¿Q… qué?
−Oh, sí, ya sabes… si él colabora con la policía, entonces queda libre. Es muy simple. ¿Cómo te crees que se cierran la mayoría de casos, Eugene?
−Yo… no sé… Tom no haría eso.
−Claro que lo haría, Eugene, claro que lo haría. Todos lo hacen cuando ven que les llega la mierda hasta el cuello. Es normal, ¿sabes, Eugene? Es algo humano. Huir de la mierda es algo instintivo. ¿No crees?
−Yo… no sé… sí, supongo.
Le tomé del hombro y le llevé a la habitación contigua.
−Verás, Eugene. Tú y yo tuvimos un encontronazo el otro día, pero no quiero que eso sea un obstáculo para nosotros. Creo que hay que saber perdonar. Quizá me pasé un poco, pero es que me pilló muy de sorpresa. Tú sabes perdonar, ¿no?
−Ehm… sí.
Era tarde para que ninguna tienda estuviera abierta ya. Pero este tipo de gentuza suele trabajar durante el día de forma normal, para dedicarse a sus sucios negocios en la oscuridad protectora de la noche. Lo que no había pensado bien ese mierda es que de noche también salen a cazar justicieros como yo. Y estaba de muy mala hostia.
Llegué andando a la dirección que me había dado el cretino seductor de niñas en el parque. Estaba a unos veinte minutos. Ni siquiera se alejaban de su barrio para cometer sus tropelías, su zona de confort. En efecto, era una tienda de fotografía. Le eché un vistazo al local, antes de acercarme más. Hacía esquina y tenía una puerta trasera que daba a un callejón. Observé que en la parte de atrás había algo de luz. Quien fuera, estaba dentro. Esperaba que fuera Eugene.
Me acerqué a la puerta. Tenía el cartel de cerrado y la verja echada. Pero sólo estaba bajada, no cerrada del todo; el tío estaba aún dentro. Era mi oportunidad. Esperé a que no pasara nadie por la calle para subir la verja hasta arriba. La puerta sí tenía echado el cerrojo, así que de un puñetazo hice un agujero en el cristal procurando que no sonara mucho, y abrí el pestillo. Pasé. Estaba oscuro, pero tras los mostradores pude ver una cortina que separaba la tienda del estudio. La crucé y me encontré en una habitación con focos, un biombo, una pantalla y un trípode. Sin duda, era el estudio donde solía hacer sus fotos cotidianas a los clientes. Obviamente no sería el sitio donde traían a las chicas. Al fondo había una puerta, cerrada. Por la ranura de debajo podía verse una luz rojiza.
Se oía música dentro, quizá la radio. Llamé. Se oyó ruido de trastos en el interior; seguramente había sobresaltado al pobre Eugene. Abrí la puerta.
Allí, de pie, estaba mi viejo amigo Eugene, mirándome aterrado. Algo, seguramente reconocer mi cara, debió de dejarlo desarmado, porque una taza con café que tenía en la mano se le cayó al suelo, mientras él se quedaba espantado y tieso como una estatua.
−Hola, Eugene. Tu amigo del parque me ha recomendado este estudio.
−¿To… Tom? Digo… ¿qué amigo del parque?
−Así que se llama Tom. Se me olvidó preguntarle. Tranquilo, siéntate, no quiero que te desmayes.
−Yo… no sé qué…
−Déjame ver qué tienes por aquí…
−No… no toque eso.
Tenía unos recipientes con líquidos para revelar las fotos. También había cuerdas de tender donde se secaban unas cuantas. Se veía claramente que eran fotos de chicas, semidesnudas, o desnudas del todo. Tomé una.
−Así que esto es lo que te dedicas a hacer, Eugene…
−Yo, no sé… son para un amigo.
−Eugene, ya nos conocemos. ¿Qué te dije acerca de no mentirme?
−Lo siento, señor.
−Está bien, está bien… Oye, está muy oscuro.
−¡No, no haga eso!
Encendí la luz.
−Ha arruinado las fotos…
−Vaya, lo siento. ¿Pero sabes qué? Lo he hecho para protegerte, Eugene, porque si no, la policía podría pensar que esto es tuyo. Y tú no quieres que piensen eso, ¿no?
−No… no.
−Comenzamos a entendernos. Verás, Eugene: tu amigo Tom te ha delatado. Probablemente ahora mismo esté en comisaria, haciendo un trato para echarte la culpa de todo.
−¿Q… qué?
−Oh, sí, ya sabes… si él colabora con la policía, entonces queda libre. Es muy simple. ¿Cómo te crees que se cierran la mayoría de casos, Eugene?
−Yo… no sé… Tom no haría eso.
−Claro que lo haría, Eugene, claro que lo haría. Todos lo hacen cuando ven que les llega la mierda hasta el cuello. Es normal, ¿sabes, Eugene? Es algo humano. Huir de la mierda es algo instintivo. ¿No crees?
−Yo… no sé… sí, supongo.
Le tomé del hombro y le llevé a la habitación contigua.
−Verás, Eugene. Tú y yo tuvimos un encontronazo el otro día, pero no quiero que eso sea un obstáculo para nosotros. Creo que hay que saber perdonar. Quizá me pasé un poco, pero es que me pilló muy de sorpresa. Tú sabes perdonar, ¿no?
−Ehm… sí.
−Lo imaginaba. ¿Y sabes por qué? Porque
en el fondo eres un buen tipo. No como ese cabrón de Tom, que ahora
mismo te está delatando. ¿Sabes qué? Sólo tuve que preguntarle quién era
su socio y me lo dijo, así, sin más. Eso no es lo que haría un buen
amigo, ¿no?
−Ehm… no. No.
−Tom no es tu amigo, Eugene. Pero yo sí. Yo soy tu amigo, porque ahora mismo soy lo único que te separa de ir a la cárcel veinte años. No te miento: serían veinte años.
−¡Glup!
−Pero no pasarías veinte años en la cárcel, Eugene. ¿Sabes por qué?
−¿Por qué?
−Porque en prisión la gente se aburre, habla… incluso leen los periódicos, les llegan noticias… al final todo son rumores, y allí se acaba uno enterando de todo. ¿Sabes adónde quiero ir a parar?
−N… No.
−Pues a que cuando los otros reclusos supieran por qué estás allí, y no tardarían mucho en saberlo, irían a por ti. Y no quiero engañarte, Eugene: te matarán. Matar a un tipo que ha hecho… bueno, lo que tú has hecho, es una cuestión de honor entre criminales. De prestigio.
−¡Oh, no!
−Eso es, veo que entiendes. Por eso es mejor procurar que no vayas a la cárcel. Es la única solución. Si no vas a la cárcel, no te matarán. Luego hemos de hacer lo que esté en nuestras manos para que no vayas a la cárcel. ¿Estás de acuerdo?
−S… sí.
−Bien. Porque yo no quiero que mueras, Eugene. Sé que tú no eres más que un idiota, y uno no merece morir sólo por ser un idiota. ¿Verdad?
−No. No.
−Bueno, conozco a más de uno que ha muerto por ser un idiota… pero en general no lo merecen.
−No…
−Y yo sé que todo esto no es para ti. Puede que te guste… pero tú no eres el que ha organizado toda esta mierda con Tom. Tú lo sabes, yo lo sé. Los dos lo sabemos.
−¿Q… Qué?
−Vamos, Eugene, concéntrate. Lo que intento es salvarte la vida, ¿no me sigues?
−Sí.
−Tú eres un mierda, sin ofender, y no tienes la capacidad para mover todo esto. De modo que alguien te lo encarga, o cuanto menos te lo quita de las manos. Me juego la polla a que ése es el que se lleva el dinero… dinero de verdad.
−No sé… supongo.
−Por eso, Eugene, necesito que me digas quién es ese hombre. Y antes de que me digas que no, tengo que recordarte que somos amigos, y que si no me lo dices, irás a la cárcel, Eugene, porque Tom va a traicionarte. Pero yo, Eugene, yo puedo hacer que toda esta basura desaparezca. Tengo mano con el capitán de la comisaría del distrito, y hablaré en tu favor, Eugene, pero tienes que darme algo. Tienes que darme algo para que pueda hacer un trato por ti, porque si no, Eugene, si no, la policía vendrá a por ti, con lo que Tom les ha dado, y ya será tarde, Eugene, ya será tarde para ti, e irás a la cárcel. Y no queremos eso, ¿verdad, Eugene?
−No. ¡No!
−Ahora, Eugene, en confianza, es cuando me dices el nombre de tu contacto.
−Yo… no lo sé.
−No me escuchas, Eugene. Tienes que concentrarte. Céntrate, Eugene, céntrate.
−Es que no sé quién es.
−¿Entonces cómo hacéis tratos, Eugene?
−Yo envío las fotos en un sobre a una dirección, pero sé que el nombre es falso. A los pocos días me llega el dinero, e instrucciones para enviar más fotos.
−¿Qué clase de instrucciones, Eugene?
−Edades, color de pelo, esas cosas.
−De acuerdo. Pues vas a darme esa dirección, y el nombre. Y te prometo, Eugene, palabra de honor, que haré un trato por ti con la policía. Estarás a salvo, Eugene, pero tienes que darme esos datos, porque si no, no podré hacer nada por ti; y somos amigos, Eugene. Yo quiero hacer algo por ti.
−¿Me lo jura?
−Eugene, te lo juro por el alma de mi difunta madre que toda esta mierda habrá desaparecido. Y quedarás libre. Nada de lo que diga Tom podrá afectarte, Eugene. Estarás blindado. Eso sí, nunca más podrás hacer nada de esto. Eso tienes que prometérmelo. Pero no irás a la cárcel, Eugene, y eso es lo que los dos queremos.
−De… de acuerdo. Me dijo que enviara los sobres a nombre de Jack Houston. La dirección la tengo por aquí… en este papel. Tome. Es la avenida Henderson número 772, tercera planta. Es todo lo que sé.
−Muy bien, Eugene, muy bien. Has hecho lo correcto. Te aseguro que a partir de ahora el trato seguirá adelante. Dalo por hecho. Quiero decirte que me impresiona el valor que has tenido. No todo el mundo tiene el valor que tú has tenido para hablar, Eugene, porque hace falta tener coraje para decir la verdad.
−Gra… gracias.
−Pero ahora necesito que hagas algo por mí, Eugene.
−Oh, no… ¿el qué?
−Sólo Dios sabe qué clase de cosas horribles les dirá Tom a los polis, Eugene. Te acusará a ti de haberlo organizado todo, de ser el instigador. Y la policía le creerá, Eugene, ¿sabes por qué? No, no contestes. Porque para ellos es más fácil tener un caso resuelto y no indagar más.
−Mierda…
−Pero no debes preocuparte, Eugene, porque yo me ocupo: voy a ir ahora mismo a la comisaría, y voy a decirles lo que tú me has dicho, Eugene, y entonces serás un héroe; serás el tipo que desenmascaró a ese cabrón de Tom, que abusaba de chicas inocentes. ¿Verdad, Eugene?
−Sí…
−Por eso necesito que mientras yo voy a hablar con la poli, te quedes aquí. No debes moverte de aquí, Eugene, porque pensarán que huyes. Pero tú no huyes, Eugene, porque eres un héroe. Debes reunir todo el material pornográfico que tienes por aquí, Eugene, para que la policía crea tu versión.
−No… no lo entiendo.
−Es muy sencillo, Eugene, la poli tiene que ver todo lo que habéis hecho para que sepa que tú dices la verdad. Son tus pruebas, Eugene, tus pruebas contra Tom. Aquí tienes todo lo que necesitas para tu inmunidad. Tú coge todo lo que tienes por la tienda, reúnelo aquí. Yo voy a hablar con la poli, Tom, y cuando volvamos, todo estará arreglado. Hasta puede que te den una medalla, Eugene.
−Está bien.
−¿Confías en mí, Eugene?
−Confío en usted.
−Haces lo correcto, Eugene. Estoy orgulloso. De verdad que lo estoy, Eugene.
−Gracias.
−Ahora voy a irme para allá. No olvides tener listo todo el material, Eugene. Y esperar aquí sin moverte. Yo volveré pronto.
−Así lo haré.
−Hasta ahora mismo, Eugene.
−Hasta ahora.
Salí a la calle y bajé de nuevo la verja, mientras Eugene sacaba de los cajones todo el material que tenía. Me acerqué a la cabina de teléfonos más cercana que encontré, sólo una manzana más allá.
−Con la policía, por favor. Sí, quiero denunciar a un pederasta con material pornográfico, en un estudio de fotografía.
Les di la dirección, colgué, y me marché a casa.
−Ehm… no. No.
−Tom no es tu amigo, Eugene. Pero yo sí. Yo soy tu amigo, porque ahora mismo soy lo único que te separa de ir a la cárcel veinte años. No te miento: serían veinte años.
−¡Glup!
−Pero no pasarías veinte años en la cárcel, Eugene. ¿Sabes por qué?
−¿Por qué?
−Porque en prisión la gente se aburre, habla… incluso leen los periódicos, les llegan noticias… al final todo son rumores, y allí se acaba uno enterando de todo. ¿Sabes adónde quiero ir a parar?
−N… No.
−Pues a que cuando los otros reclusos supieran por qué estás allí, y no tardarían mucho en saberlo, irían a por ti. Y no quiero engañarte, Eugene: te matarán. Matar a un tipo que ha hecho… bueno, lo que tú has hecho, es una cuestión de honor entre criminales. De prestigio.
−¡Oh, no!
−Eso es, veo que entiendes. Por eso es mejor procurar que no vayas a la cárcel. Es la única solución. Si no vas a la cárcel, no te matarán. Luego hemos de hacer lo que esté en nuestras manos para que no vayas a la cárcel. ¿Estás de acuerdo?
−S… sí.
−Bien. Porque yo no quiero que mueras, Eugene. Sé que tú no eres más que un idiota, y uno no merece morir sólo por ser un idiota. ¿Verdad?
−No. No.
−Bueno, conozco a más de uno que ha muerto por ser un idiota… pero en general no lo merecen.
−No…
−Y yo sé que todo esto no es para ti. Puede que te guste… pero tú no eres el que ha organizado toda esta mierda con Tom. Tú lo sabes, yo lo sé. Los dos lo sabemos.
−¿Q… Qué?
−Vamos, Eugene, concéntrate. Lo que intento es salvarte la vida, ¿no me sigues?
−Sí.
−Tú eres un mierda, sin ofender, y no tienes la capacidad para mover todo esto. De modo que alguien te lo encarga, o cuanto menos te lo quita de las manos. Me juego la polla a que ése es el que se lleva el dinero… dinero de verdad.
−No sé… supongo.
−Por eso, Eugene, necesito que me digas quién es ese hombre. Y antes de que me digas que no, tengo que recordarte que somos amigos, y que si no me lo dices, irás a la cárcel, Eugene, porque Tom va a traicionarte. Pero yo, Eugene, yo puedo hacer que toda esta basura desaparezca. Tengo mano con el capitán de la comisaría del distrito, y hablaré en tu favor, Eugene, pero tienes que darme algo. Tienes que darme algo para que pueda hacer un trato por ti, porque si no, Eugene, si no, la policía vendrá a por ti, con lo que Tom les ha dado, y ya será tarde, Eugene, ya será tarde para ti, e irás a la cárcel. Y no queremos eso, ¿verdad, Eugene?
−No. ¡No!
−Ahora, Eugene, en confianza, es cuando me dices el nombre de tu contacto.
−Yo… no lo sé.
−No me escuchas, Eugene. Tienes que concentrarte. Céntrate, Eugene, céntrate.
−Es que no sé quién es.
−¿Entonces cómo hacéis tratos, Eugene?
−Yo envío las fotos en un sobre a una dirección, pero sé que el nombre es falso. A los pocos días me llega el dinero, e instrucciones para enviar más fotos.
−¿Qué clase de instrucciones, Eugene?
−Edades, color de pelo, esas cosas.
−De acuerdo. Pues vas a darme esa dirección, y el nombre. Y te prometo, Eugene, palabra de honor, que haré un trato por ti con la policía. Estarás a salvo, Eugene, pero tienes que darme esos datos, porque si no, no podré hacer nada por ti; y somos amigos, Eugene. Yo quiero hacer algo por ti.
−¿Me lo jura?
−Eugene, te lo juro por el alma de mi difunta madre que toda esta mierda habrá desaparecido. Y quedarás libre. Nada de lo que diga Tom podrá afectarte, Eugene. Estarás blindado. Eso sí, nunca más podrás hacer nada de esto. Eso tienes que prometérmelo. Pero no irás a la cárcel, Eugene, y eso es lo que los dos queremos.
−De… de acuerdo. Me dijo que enviara los sobres a nombre de Jack Houston. La dirección la tengo por aquí… en este papel. Tome. Es la avenida Henderson número 772, tercera planta. Es todo lo que sé.
−Muy bien, Eugene, muy bien. Has hecho lo correcto. Te aseguro que a partir de ahora el trato seguirá adelante. Dalo por hecho. Quiero decirte que me impresiona el valor que has tenido. No todo el mundo tiene el valor que tú has tenido para hablar, Eugene, porque hace falta tener coraje para decir la verdad.
−Gra… gracias.
−Pero ahora necesito que hagas algo por mí, Eugene.
−Oh, no… ¿el qué?
−Sólo Dios sabe qué clase de cosas horribles les dirá Tom a los polis, Eugene. Te acusará a ti de haberlo organizado todo, de ser el instigador. Y la policía le creerá, Eugene, ¿sabes por qué? No, no contestes. Porque para ellos es más fácil tener un caso resuelto y no indagar más.
−Mierda…
−Pero no debes preocuparte, Eugene, porque yo me ocupo: voy a ir ahora mismo a la comisaría, y voy a decirles lo que tú me has dicho, Eugene, y entonces serás un héroe; serás el tipo que desenmascaró a ese cabrón de Tom, que abusaba de chicas inocentes. ¿Verdad, Eugene?
−Sí…
−Por eso necesito que mientras yo voy a hablar con la poli, te quedes aquí. No debes moverte de aquí, Eugene, porque pensarán que huyes. Pero tú no huyes, Eugene, porque eres un héroe. Debes reunir todo el material pornográfico que tienes por aquí, Eugene, para que la policía crea tu versión.
−No… no lo entiendo.
−Es muy sencillo, Eugene, la poli tiene que ver todo lo que habéis hecho para que sepa que tú dices la verdad. Son tus pruebas, Eugene, tus pruebas contra Tom. Aquí tienes todo lo que necesitas para tu inmunidad. Tú coge todo lo que tienes por la tienda, reúnelo aquí. Yo voy a hablar con la poli, Tom, y cuando volvamos, todo estará arreglado. Hasta puede que te den una medalla, Eugene.
−Está bien.
−¿Confías en mí, Eugene?
−Confío en usted.
−Haces lo correcto, Eugene. Estoy orgulloso. De verdad que lo estoy, Eugene.
−Gracias.
−Ahora voy a irme para allá. No olvides tener listo todo el material, Eugene. Y esperar aquí sin moverte. Yo volveré pronto.
−Así lo haré.
−Hasta ahora mismo, Eugene.
−Hasta ahora.
Salí a la calle y bajé de nuevo la verja, mientras Eugene sacaba de los cajones todo el material que tenía. Me acerqué a la cabina de teléfonos más cercana que encontré, sólo una manzana más allá.
−Con la policía, por favor. Sí, quiero denunciar a un pederasta con material pornográfico, en un estudio de fotografía.
Les di la dirección, colgué, y me marché a casa.
RHETT MURDOCK
Detective privado
D. D. Puche
© 2017 Grimald Libros
349 páginas
ISBN: 978-1975834678
Tapa blanda (12,20 €)
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Digital [.epub] (2,99 €)
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