Habían ocurrido cosas tan horribles en esa casa que ni los más osados se atrevían a entrar en ella. Un matrimonio ocultista enloquecido se había comido a sus propios hijos y había escrito en las paredes pasajes de Aleister Crowley con su sangre antes de suicidarse.
Se dice que en las noches de cuarto creciente (los "Cuernos del Diablo"), el que había sido hogar de los Cornford se iluminaba con un resplandor carmesí, una luz que no era de este mundo; y que algo se agitaba en el jardín donde los enterraron.
Desde entonces (y de eso habían pasado ya setenta años), el 7 de diciembre de cada año acabado en 5 (el horrible acto tuvo lugar una noche de 1945), dos niños, varón y niña, desaparecían en la vecina localidad de Mumford Hills y nunca más se sabía de ellos.
En ese tiempo, varios grupos de investigadores, algunos excursionistas morbosos, diversos amigos de lo paranormal y jóvenes atrevidos de la región habían pernoctado allí. Todos ellos murieron después en extrañas circunstancias o perdieron la cordura.
Todos salvo uno, Isaak Mundberg, que sobrevivió para contar los horrores que vio y escuchó en aquella casa maldita, de la que dijo que era un portal al infierno, una enfermiza burla del Portal de Belén encomendado no al Nacimiento del Salvador, sino al ocaso del hombre.
Se dice que en las noches de cuarto creciente (los "Cuernos del Diablo"), el que había sido hogar de los Cornford se iluminaba con un resplandor carmesí, una luz que no era de este mundo; y que algo se agitaba en el jardín donde los enterraron.
Desde entonces (y de eso habían pasado ya setenta años), el 7 de diciembre de cada año acabado en 5 (el horrible acto tuvo lugar una noche de 1945), dos niños, varón y niña, desaparecían en la vecina localidad de Mumford Hills y nunca más se sabía de ellos.
En ese tiempo, varios grupos de investigadores, algunos excursionistas morbosos, diversos amigos de lo paranormal y jóvenes atrevidos de la región habían pernoctado allí. Todos ellos murieron después en extrañas circunstancias o perdieron la cordura.
Todos salvo uno, Isaak Mundberg, que sobrevivió para contar los horrores que vio y escuchó en aquella casa maldita, de la que dijo que era un portal al infierno, una enfermiza burla del Portal de Belén encomendado no al Nacimiento del Salvador, sino al ocaso del hombre.
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